Graciela Caplan

Las personas valiosas nunca se van. Un pedazo de ellas queda dentro nuestro, para que recordemos lo importante que fue, es y será para nosotros su accionar, su espíritu solidario, su pensar siempre en los demás. Graciela era un maravilloso ser humano que se prodigaba en la vida real y en los mundos virtuales, con generosidad y sin pedir nada a cambio.Un ejemplo de vida. Un modelo a imitar.

jueves, marzo 16, 2006

A fines del año pasado intercambiamos varios mails con Graciela, tocando temas de salud, contándonos nuestras nanas, hablando como siempre, de nuevos proyectos.
Por ejemplo, nos quedaba pendiente desde principios de año, armar una reunión con su amiga Sara la "política", para charlar sobre unos cursos presenciales que se le habían ocurrido, para hacer en mi colegio.
Yo le decía parte en broma, parte en serio, que el precio que debí pagar por haber dedicado mi capital intelectual y económico a la educación en un país como Argentina, donde la vida cotidiana es "turismo aventura", era el marcapasos cardíaco que me habían implantado a principios del año, y que hacía unas semanas me habían aparecido episodios de taquicardias paroxísticas supraventriculares.
Ella me contaba sus cosas, que analizadas ahora -ante lo terrible de su muerte- me hacen reflexionar aunque tarde, que Graciela estaba atemorizada, más allá de las garantías de que su recién detectada dolencia se solucionaría quirúrgicamente.
Entiendo que Graciela estaba lógicamente aprehensiva a partir de lo que estaba pasando entre amigos y familiares cercanos.
Me contó que en septiembre había fallecido el marido de su hermana, a quien habían internado para una mera operación de apéndice pero le administraron mal la anestesia, y quedó setenta y siete días en coma antes de morir al día siguiente de su cuarenta y ocho cumpleaños.
Una semana después, había fallecido de muerte súbita el hermano de su ahijado, un muchacho de veintinueve años, excelente persona, abogado, y próximo a ser rabino.
Casi un mes después a su ahijado de veintitres años le diagnosticaron un transtorno cardíaco y le colocaron un desfibrilador.
En uno de esos emails me enteré que ella había empezado a tener pérdida de fuerzas y sensibilidad en las piernas, y que esto se debía a un recientemente diagnosticado tumor en la médula dorsal, y que la neurocirujana le había dicho que ese tipo de tumores encapsulados no daban metástasis, cosa que la había dejado algo tranquila.
Quizás por esta tranquilidad, quizás por intuición o presentimiento, había decidido diferir la intervención quirúrgica, ir en enero a Uruguay con Samuel y los chicos, y después pasar todos unas vacaciones en Hawaii.
Metido en la vorágine del inicio de las clases, postergué demasiado el comunicarme con ella para saber cómo le había ido en la operación.
Cerca del mediodía del 15 de marzo, una llamada telefónica de una familiar de Graciela, me hizo saber la terrible noticia. Había fallecido hacía unas horas, y no sabían en ese momento cuándo y donde se harían las exequias.
Me encerré en mi oficina, y me puse a llorar preguntando por qué carajo ella en vez de tanto corrupto que anda suelto haciendo negociados para su bolsillo y contra el país. Por qué ella, por qué Jaime Barylko, que tenían tanto para hacer y para dar a la sociedad.
Lo primero que atiné fue a enviarles emails a todos los que tuvimos que ver con los inicios de InfoEdu: a Carlitos Neri, a Alejandro Lagreca, a Fernando Pisani.
Los mails que nos intercambiamos fueron desgarrantes. Alejandro me llamó por el teléfono al colegio, con la voz quebrada, rogando que le dijera que el mail que había recibido no era real, que era apócrifo, que era una broma siniestra y nada más.
Fernando me escribió diciendo que al leerlo le corrió una corriente por todo el cuerpo y se quedó sin respiración, releyendo una y otra vez el escueto mail que le envié, para ver si leía algo distinto a lo que sus ojos le mostraban.
La otra cosa que atiné a hacer casi automáticamente, fue armar este blog dedicado a Graciela, por ser su habitat, el lugar desde donde generosamente hizo el bien sin mirar a quien.
De acuerdo a la tradición judaica, el servicio fúnebre se hizo inmediatamente. Carlos Neri envió el mail con la información -las honras fúnebres por la tarde, y el sepelio a la mañana del día siguiente- por lo que me evitó llamar por teléfono a Samuel, el marido de Graciela, quien seguramente no estaría con ánimos para hablar con nadie.
En el judaísmo se considera como una falta de respeto que el féretro esté abierto, y tampoco se acostumbra el envío de flores como se hace en la tradición cristiana.
Era un ámbito de silencio, despojado y austero, en el que estuve un instante, con el tiempo suficiente como para no molestar en el dolor de la familia, para saludarlo a Samuel en mi nombre y en el de los amigos de Graciela.
Samuel me explicó acongojado lo que había pasado. Algo realmente terrible e imprevisto.
La operación había sido un éxito, le extrajeron el tumor completamente, le dieron el alta, y regresó a su casa. Pero al día siguiente tuvo una complicación que no estaba en los planes de nadie, quizás relacionada (es una presunción mía a partir de lo que me contó Samuel), con la administración o no de anticoagulantes, ante el problema de que se produjera una hemorragia o un coágulo. El tema es que seguramente se le formó un trombo pulmonar cuya acción deletérea fue fulminante. No era ese el momento para preguntar nada, ni para abundar en precisiones.
A la mañana siguiente llegué temprano al cementerio de La Tablada. La lluvia, por momentos intensa, era el marco inevitable para despedir a Graciela. El cortejo aún no había llegado.
Entonces recorrí nuevamente el sendero que me había llevado hacía más de tres años atrás, al lugar donde ahora descansan los restos del tzadik Jaime Barylko (Z"L).
Memoricé el texto esculpido sobre el mármol, una sabia frase de Jaime:
"Soy el que terminó siendo
y el cuento de mi vida
como si fuera mía
como si pudiera serla"
Entendí que la vida de las personas valiosas como Jaime y Graciela, no les pertenecen a ellas, pertenecen al Absoluto y le pertenecen a los demás, a los que hemos tenido la suerte, el honor y la alegría de haberlas recibido transmutadas en bondad, entrega y generosidad sin límite.
La ceremonia religiosa fue emotiva y desgarrante como la misma keriá.
Keriá es precisamente la desgarradura de la ropa de los familiares directos del fallecido, para simbolizar el vacío que implica la pérdida definitiva del ser amado.
Quien oficiaba la ceremonia se acercó a Samuel y sus hijos, he hizo una breve incisión en una prenda de cada uno de ellos y de los familiares directos de Graciela.
Luego cada uno con sus propias manos agrandó la abertura, "desgarró sus vestidura", como está escrito, para expresar exteriormente el hueco interior que dejó la ausencia.
Luego su familia repitió palabra por palabra la sentida exclamación del oficiante:
"Baruj Atá Adonay Eloheinu Mélej Ha-Olam Daián Ha-Emeth"
(Alabado seas Tu, Oh Señor nuestro Dios. Rey del Universo, verdadero Juez")
Acompañar a un familiar o a un amigo hasta su última morada, es para los judíos un derecho, un deber, un honor.
El largo y lento trayecto a pie y bajo la lluvia hacia el sitio definitivo, fue profundamente emotivo. No tiene sentido abundar en detalles sobre los momentos últimos de la despedida final.
Lo que sí vale la pena, es recordar con la misma sabiduría con que se han expresado en este blog tantos amigos que Graciela supo cosechar, que todos nos quedamos no con la muerte, sino con la vida de Graciela, una vida intensa, abnegada, solidaria, generosa, llena de bondad, que ahora está esparcida en nuestros corazones, en el espíritu de cada uno de quienes -familiares o amigos- tuvimos la enorme suerte de que un ser tan maravilloso y especial, haya pasado por nuestras vidas, iluminándolas con una luz que nunca se extinguirá.
Beiedidut
(Con Amistad)
Betto
Luis Alberto Melograno Lecuna